Dicen que cuando un hombre camina por la oscuridad es un hombre que camina solo; esos momentos son los más terroríficos porque es cuando afloran los peores miedos que tiene un ser humano y aparecen sus temores primigenios. ¿Por qué el miedo a la oscuridad? Porque no sabemos lo que se esconde en ella, desconocemos el camino por el que vamos andando y, aunque lo tengamos memorizado, recorre por nuestra espalda un escalofrío espeluznante cuando escuchamos el más leve ruido a nuestras espaldas. Este miedo no es directamente a la oscuridad, sino a lo que en ella se esconde de nuestra vista, negándonos su conocimiento y provocando en nosotros los peores presentimientos. Es el peor miedo de todos, el miedo a lo desconocido. ¿Pero por qué tener miedo a lo desconocido? Hay suficientes razones para conjurarlo, verdaderamente, y cada uno de nosotros podrá dar la suya siendo tan buena como la de cualquier otro, pero el principal motivo es de peso, incontestable y verdadero: la incertidumbre de no sentirnos capaces de superar lo que se nos ponga por delante. Éso es lo que nos hace tener miedo a lo que no conocemos, el no sentirnos capaces de superar los obstáculos que nos ponga la vida por delante y no sentir el abrazo protector de quien sí nos puede ayudar. Es sencillo enfrentarse a los miedos de cada uno con el conocimiento de que si salimos escaldados podremos volver a casa a curarnos y lamernos las heridas, pero cuando alguien se ve delante de la cueva oscura y húmeda sólo con lo puesto y una palmadita en la espalda hay que tener mucho valor y coraje para entrar, aun llevando las mejores de las armas y defensas. Ahí es donde se demuestra la verdadera valentía de una persona, el saber estar y los arrestos que tiene.
Ahora, a las puertas de la cueva oscura, es cuando me ataca, se aferra a mis entrañas, me agarra del cuello y se ríe burlonamente en mi cara, jactándose de su fuerza y poderío, sembrando mi camino con las semillas del miedo y la duda. Y seamos sinceros, es realmente poderoso y no se limita a reírse de mí, sino que me atormenta con su chillona y burlona voz atravesando la pared de hielo para escribir con fuego las palabras malditas en lo más profundo de mis entrañas. Palabras que el escucharlas me ponen zapatos de cemento, vendas en los ojos y esposas en las muñecas, impidiendo que me mueva y sólo dejándome hablar para regocijo de quien me puso esas férreas cadenas. Pero, por muchas cadenas que me quiera poner el miedo a lo desconocido, me levantaré, me arrancaré la venda de los ojos, conoceré lo desconocido y gritaré con rabia y triunfo, quebrando las ataduras y poniendo un pie delante del otro con mis zapatos de cemento, aplastando a esa chillona vocecilla y demostrándole que los cobardes huyen hacia detrás, pero los valientes huyen hacia delante. Siempre hay más posibilidades de morir huyendo hacia delante, pero es así cuando resurge el ave fénix con bríos renovados y más sabia, conociendo lo antes desconocido y sabiendo cómo enfrentarse a ello.
Estaría loco si no conociera el miedo en la vida, sobre todo el miedo a lo desconocido. No considero humillante reconocer que tengo miedo, pero sí considero importante sentirme capaz de superarlo dándome confianza a mí mismo mostrando al mundo que, por muy oscura que sea la cueva que me ponga delante, lucharé. Lucharé por mi vida, por mi destino y, en el momento de la verdad, por poder mirar directamente al sol y poder leer simultáneamente en su brillo y mis ojos reflejados el orgullo de haber conseguido el mayor premio de todos.
Me ha recordado en esencia al mito de la caverna de Aristóteles; y como bien decía él, hay que luchar para llegar a ver la luz tenue que ilumina la caverna, solo los más perseverantes llegarán a verla, así que ánimo!
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