viernes, enero 13, 2012

Con el vaso a medias

Esta semana me han dado una lección. Una lección de actitudes, de saber pensar y de mirar al mundo con otros ojos aparte de los que nos sirven para poder contemplar la realidad que nos rodea. No me han golpeado, pero me han marcado. Tampoco me han insultado, pero me han encendido el ánimo. Es curioso cómo, con una infantil pillería se puede desencadenar un conjunto de casualidades (o causalidades, depende de cómo quiera verse) que me han hecho reflexionar como hacía tiempo que no lo hacía. Y me han hecho replantearme la vida desde mis más profundos cimientos.

Todo comienza con un vaso de café con leche, una máquina de café incompleta y un pedido sencillo: un descafeinado. No hay posibilidad de un descafeinado: no pasa nada, llevamos uno normal y no se comunica a la persona correspondiente. Esta persona, poco acostumbrada a la cafeína, dispara su mente y acelera su capacidad bombeadora de sangre, haciendo que su ya de por sí carácter activo se multiplique. Y da la casualidad (o causalidad, ya que yo era uno de los pillos) de que comenzamos a hablar. Sólo a hablar, a compartir la experiencia de quien ya conoce más primaveras que uno mismo y de quien, con menos vivencias, ha sufrido ya unas cuantas tribulaciones y vicisitudes, haciendo su existencia menos anodina. Fue una charla completa, cargada de contenido y de razones, de puntos de vista diferentes, de temores y temeridades, diciendo mucho y hablando poco, dejando que sean nuestros propios cuerpos los que expresen nuestros sentimientos con posturas, gestos y miradas. A raíz de esa charla y de lo que me enteré, viendo las marcas de la vida y leyendo las huellas del amor, comprendí mucho sobre la vida, sobre lo que significa vivir y la importancia de vivir como cada uno requiere en cada momento. Aprendí nuevas vertientes de la libertad, de acongojonamientos y de la milgarosidad del altruismo.

¿Cómo veo el vaso? ¿Medio lleno o medio vacío?  Pregunta con la que todos nos pretendemos hacer psicólogos, analizando la respuesta y las razones que dan los preguntados. Estos días me han enseñado que los vasos no están ni medio llenos ni medio vacíos, son sólo vasos cuya capacidad de almacenaje está al 50%, no hay más. Son vasos con un líquido, ya sea agua, aceite, alcohol o leche. La importancia no es ver el vaso lleno o vacío, lo importante es por qué lo ves así, qué implica el verlo así y por qué está así. Ser optimista y pesimista en tus razonamientos. Aprender a razonar por qué vemos el vaso como está, y los sentimientos que representa el verlo así es lo realmente importante, es lo que demuestra la actitud ante la vida, no la respuesta. El planteamiento del problema no es dar una respuesta simple, es reflexionar sobre por qué vamos a formular esa respuesta. Saber responder ante la necesidad de tomar conciencia de que nuestro propio vaso se encuentra a la mitad, y decidir cómo plantearnos la vida de ese líquido y cómo nos hace sentir. Yo he aprendido a ver un vaso que tiene agua, medio vacío, ya que se va evaporando el agua y la perderé irremediblemente, pero aún tengo agua que veo, y con ella haré que medio vaso sea como un océano.

He aprendido la importancia de los pequeños y grandes momentos, el exprimir cada segundo y el hacer la vida que me planteo, ya que mi vaso es mío, y nadie lo puede llenar. También he aprendido a ver la realidad ya conocida por mí: la vida es muerte, la muerte es vida; y este pensamiento es el que me hace ver mi vaso aún con agua, ya que por poca que sea, aún no ha pasado por la noria, puedo aprovecharla y hacer con ella lo que me plazca. Es este agua la que me sirve para hidratarme en mi camino, aunque no sea enteramente mía.

Y tú, persona leyente, ¿cómo ves el vaso?

lunes, enero 09, 2012

B-sides

Todo este tiempo sin decir nada, un sonoro silencio en el que poco a poco se iba fraguando una nueva concepción de la vida y de las relaciones sociales. Nada nuevo, podemos resumirlo en que el 2011 ha finalizado de un modo muy caótico y aprendiendo a reaccionar como debe hacerlo un  hombre. Ya ha cambiado el año, comienza una nueva etapa y nueva entrada con ello.

Sin embargo, debemos tener en cuenta que un final no es otra cosa que el inicio de algo. Con este símil me viene a la mente algo que desgraciadamente los que hemos pasado la veintena de años hemos vivido y disfrutado como nadie: las cintas de cassette. Aún recuerdo mi primer álbum comprado de uno de mis grupos de la infancia/adolescencia, donde una rubia aparecía cogiendo manzanas de un árbol seco. Era mi gran tesoro, mi primer material musical propio y definitorio de mi personalidad musical. Y recuerdo también que en la cara B del cassette estaban mis canciones más preferidas y personales del grupo, donde mostraban su calidad musical y las canciones menos comerciales. Fue en ese disco, en esos años, donde aprendí que las mejores cosas no tienen por qué estar en la superficie, que para comprender algo en todo su esplendor hay que conocer las cosas que nos pueden ofrecer desde el principio hasta el fin. Es también, hablando de este lado B, donde me resultaba más fácil encontrar las canciones más representativas de este grupo el resto de casssettes que tenía, o los que me hacía con las canciones de la radio que me gustaban más. Siempre me gustaron las caras B, esa cara oculta a los que sólo perseguían el gran "hit" del momento y no querían preocuparse de nada más, ni descubrir más material.

Es paradójico que me siga pasando ahora, pero no con los cassettes o soportes musicales; es mi devoción buscar la cara B de las situaciones, de las personas, de las acciones; buscar siempre lo que no quieren mostrar o, expectante, observar y vivir esas situaciones. Escuchar, ver, sentir, vivir la cara A y B de la vida. Nunca dejaron de sorprenderme, ya que en ellas pude encontrar las mejores y peores cosas de lo que tapizaron con mi hilo las Parcas (Moiras). Me he encontrado con algunos entretejidos bastante anodinos, otros bastante ásperos y muchos, muchos de ellos inesperados, para lo bueno y para lo malo; algo que siempre agradecí, ya que en el momento de usar las tijeras sentiré y podré decir orgulloso que mi vida no fue para nada vacua. Pero, no puedo evitarlo, hay muchas de estas situaciones que no entiendo, no entendí ni entenderé, hilos anudados sobre mi piel que me constriñen sin que pueda evitarlo. Éstas son las caras B que me construyen más, me fortalecen más aunque se aprieten con fuerza en mi cuerpo y mente, queriendo romper los hilos ya entretejidos.

Caras B. A pesar de todo, y además de todo lo que haya dicho hasta ahora, y siempre exceptuando las confirmaciones de la regla, me gustan todas las caras B que me presenta la vida. Nunca dejarán de sorprenderme (para bien y para mal), personas de mi vida, ya que vuestras caras B me gustan, además.

viernes, noviembre 04, 2011

Omega y Alfa.

Hoy se ha acabado una relación de más de dos años y medio. Hoy es un día que recordaré toda mi vida, ya que la vida me ha enseñado muchas cosas y también me ha dado muchas sensaciones contrarias: alegrías y penas, risas y llantos, dolores de cabeza y dolores de corazón. Hoy he terminado con mi gran relación a distancia.

Omega.

Hoy he empezado una nueva relación en mi vida. Tengo que aprender a convivir con ella, a ser un hombre de verdad, hecho y derecho. Espero que esta nueva etapa en mi vida me traiga todas las sensaciones que una persona pueda tener, ya sean buenas o malas; no me importa porque es ahora cuando las quiero vivir.

Alfa.

Realmente, la frase bíblica es "Yo soy el Alfa y el Omega". Yo no soy nadie, no soy nada más que una pieza dentro de una maquinaria inmensa, por lo que no puedo considerarme ni el inicio ni el fin de nada. Tampoco soy una persona que marque diferencias en la vida, no tengo atributos físicos más altos que nadie ni soy capaz de batir marcas mundiales al límite de la capacidad humana; no tengo una inteligencia tampoco más allá de lo que la media posee, no soy capaz de desarrollar superteorías ni inventos maravillosos que nos mejoren la calidad de vida. No soy nada más allá que un humano normal. Pero sí sé que tengo condiciones que mucha gente no tiene, también sé que poseo capacidades que muchos desearían para ellos y la suficiente inteligencia para saber no alardear de ellas, ya que perdería todas y cada una de ellas. Estas capacidades son las que me permiten afrontar esta Omega y Alfa. Sí, fin y principio; fin de una relación a distancia, inicio de una relación diaria. Lo realmente importante es que es con la misma persona, con quien decidí compartir mi vida hace ya tiempo. Es con quien me encuentro más cómodo, con quien quiero compartir experiencias de vida que recojan todas las vivencias que tenga, con quien quiero aprender a vivir.

Ilaria, decidiste comenzar conmigo algo que se consideraba imposible por muchos, de locura por más, y de algo muy grande e importante por sólo dos personas. Aquí están las consecuencias de todo ello, de nuestras vivencias y experiencias, de nuestra paciencia. Ya estamos juntos; acabó la cuenta atrás. Ahora comienza la otra cuenta atrás. Comienza otro Alfa, con su Omega oteando en el horizonte, aún sin saber qué obstáculos nos encontraremos en el camino.

Lucharemos juntos, lo sé. Yo tengo la fuerza para movernos y romper todos los muros, tú tienes la destreza para sortearlos y esquivar todos los ataques. Unidos, no hay montaña que no podamos derribar: por muy blanca que sea, por mucha mitología que encierre o por muchas guerras que haya visto, siempre saltaremos más alto que cualquiera.


viernes, octubre 14, 2011

El fin del camino

Y aquí estoy.... más de un mes después, vuelvo a retomar la escritura. ¿Y por qué no antes? Bueno, son diversas razones. La primera y principal de ellas es que me quedé sin tiempo ni espacio para escribir. La segunda es que, pensando, decidí que sería mejor hacer una crónica de lo que he estado viviendo, no utilizar las entradas como un diario (o semanario) en el que relatar todas las vivencias detalladamente, porque realmente ha sido imposible pararse en cada una de ellas para contarlas, analizarlas y poder mostrar toda las sensaciones y sentimientos que me han despertado, generado o destruido.

Antes de venir a Sofia (Sofiya, fonéticamente escrito desde el cirílico) sentía que un nuevo camino se abría ante mí, una nueva puerta que me llevaba a vivir nuevas experiencias y vivencias que jamás antes había tenido. Con las prisas de los preparativos, olvidé incorporar a mi archivística musical un álbum, una serie de canciones que representan un viaje espiritual y, en mi caso personal, físico y espiritual también.  Ahora, y gracias a la gentileza de cierta página de visionado de vídeos lo estoy disfrutando, escribiendo a su son y focalizando mi mente en la pantalla y teclados del laptop. Esta entrada se llama así por la última canción del disco, "el fin del camino", la cual refleja la angustia del protagonista al llegar al final del Gran Camino y su indecisión ante el futuro que se le presenta. No, no es mi situación, por supuesto; pero en cierto modo... me siento identificado. Después de una pequeña porción de tiempo en la que he sentido que se ha condensado la esencia de la vida, siento que estoy al final del camino, que algo dentro de mí pasará al siguiente nivel, dejando paso a la avalancha que viene detrás. La experiencia Leonardo toca a su fin, y eso implica aceptar que hay cosas en mi vida que jamás volverán, que mi cara está marcada a fuego con la vida (sobre todo mi mirada) y que el tiempo irremesiblemente pasará, arrastrará todo lo que no sea capaz de agarrar con fuerza y borrará todo aquello que desee eliminar, absolutamente todo.

Ya me encuentro en los últimos pasos, mis articulaciones chirrían,  mis tendones chasquean y mis músculos vibran sobreestresados por el esfuerzo final al que les somete el cerebro, obligándoles a avanzar más allá, a la meta, al final del camino. Pero aun avanzando, logro distraerme un momento y echar la vista atrás, un segundo, lo justo para ver todo lo que he logrado y he perdido. Ahora, al mirar, me parece increíble todo lo que he logrado: he logrado mantener largas conversaciones en inglés, he logrado aprender lo básico de otro idioma totalmente diferente a todo lo que yo conocía, he logrado demostrarme que puedo trabajar en condiciones extremas, he logrado sobrevivir a una dura experiencia; y, lo más importante, he logrado crecer como persona, madurar y ser un hombre. Aquí menciono otros apartados como las personas conocidas y (desearía) futuras amistades, ya sean de mi edad o más mayores, todos ellos me han enseñado cosas que no sabía y me han recordado cosas que ya sabía; pericia y perspicacia ante las vicisitudes de la vida; decisión y determinación ante las tribulaciones que me han rondado muchas noches y días; y demás destrezas que me permitirán, en un futuro, gestionar mi vida mejor de lo que yo creía que podría hacer. Pero veo muchas cosas perdidas, cosas que no recuperaré: la característica inocencia y bondad que me causaron dolores de cabeza, el respeto ante lo desconocido, la prudencia de medir todas las palabras antes de decirlas para no ser contrario a otras opiniones y, por encima de todas ellas, la dependencia que sentía ante ciertos sentimientos y actitudes ante la vida. Son sólo un compendio de cosas las que aquí he puesto, habrá otras más que no recuerdo ahora mismo.

Vuelvo la vista hacia delante de nuevo, pero al hacerlo veo algo que antes no había: la mochila de la experiencia con libros nuevos, libros que en su lomo reflejan mi nombre, en la tapa delantera un compendio de los lugares que he visitado y en la parte trasera un breve resumen de lo que contienen junto a una foto mía, en pose pensativa y mesándome la exigua perilla que me caracteriza. Sé lo que contienen, los he escrito yo con ayuda, ya sea directa o indirecta, de los que me han rodeado. En ellos no hay logros ni pérdidas, no encontraré nada que sea digno de guardarse o tirarse; en ellos sólo tengo todo lo que he vivido y aprendido. El aprender a vivir con otras personas diferentes a las que he conocido en toda mi vida, el convivir con estereotipos de personas que ya conocía pero con las que no había compartido estrechamente mi vida y lo que significa estar día a día con ellas. Los pros y los contras, las esencias ying y yang, las altas y las bajas. También está el aprendizaje de tener que trabajar con gente con la que no puedas comunicarte fluidamente (o comunicarte), los obstáculos que conlleva y las interminables explicaciones que difieren. Y, por supuesto, el aprendizaje de ser un elemento más, una roca en el río de la vida, un árbol más del bosque humano. No es una mochila pesada, pero sí grande, parece no tener límite cuando se mira dentro de ella.

Pero debo volver a mirar hacia atrás, hay algo que he pasado por alto; un reguero carmesí que comienza en el inicio de este camino pero no llega al final, no veo de dónde proviene pero sospecho lo que es. Es la tinta de la vida, con la que escribo cada una de las líneas de los libros del aprendizaje que guardo en la mochila de la experiencia. Ahora comprendo todo. No miro hacia atrás, no debo mirar porque si no perderé el ritmo y caeré al suelo, llorando y encogido de dolor. Sigo mirando hacia delante, con una sonrisa en la mirada y la risa en los labios, feliz de seguir mi camino. Puedo ver la meta, la tengo al alcance de la mano y pienso saborearla como pocas cosas he saboreado en la vida. Será entonces cuando mire hacia atrás, aunque sé de sobra lo que me encontraré: una sensual mujer con una piel dorada, con un vaporoso vestido negro que se ciñe a su feminidad empujado por el viento al frente de un pequeño grupo de personas, cuatro para ser exactos. Sus brazos se extienden siempre hacia mí, regalándome su abrazo y el calor que he sentido durante este tiempo. Veré que en su mano derecha tiene algo que no desentona con su belleza, un fragmento incorpóreo que brilla con la luz de una estrella, luz que comunica directamente con mi pecho, formando a mis pies el reguero carmesí. Finalmente me la robaste, posees la sabiduría necesaria para ello, ya se percataron de ello los antiguos pueblos griegos.

Gracias por estos tres meses a todos: Verónica, Elitsa, Stoyan, Mladen, Mitko, Àngel, Anna, Tiago, Sara, Felis, Miguel, Paula, Cheila y Boryana. Gracias también a vosotros: Ilaria, Lorena, Antonio, Zoraima, Maite, Alfonso. Todos me habéis enseñado un poco, he aprendido de vosotros y me habéis dado y quitado cosas. Y gracias a tí también, Sofía; tú eres la que más me ha dado, más me ha quitado y de la que más he aprendido. Volveré a verte, espero que para entonces pueda seguir mirándote con el respeto y confianza que ahora lo hago; y desearía que no tengas que devolverme aquello que, un 26 de Julio de 2011, agarraste con fuerza y no soltaste, dejando una parte de mí aquí.

Hasta que volvamos a vernos, cuídate y sigue madurando, como yo seguiré haciendo.

sábado, septiembre 03, 2011

Italia, informe V. Roma y Umbría.

(Pido perdón por la extensión de la entrada, lo digo ya de antemano)
Buf... hace tiempo que no digo nada, ¿verdad? Bueno... tenía que recopilar datos de mis andanzas durante este tiempo, recuperar ciertas condiciones físicas y adecentar un poco mi presencia personal y laboral, no puedo ir hecho un mindundi por la vida. Y, sobre todo, acostumbrarme de nuevo a Sofía. Sí, vale, sólo he estado fuera cuatro días, pero... estos cuatro días me han mostrado más mundo que una semana búlgara, y eso se nota.

La aventura comienza el 25 de agosto, a las 5 de la mañana en un céntrico piso de la capital de la República Búlgara; sí, cuando aún no están puestas las calles y los últimos rezagados vuelven a sus respectivos nidos, un viaje comenzaba a forjarse. Y el miedo de que no hubiera transporte público, a pesar de las informaciones que tenía de diferentes sitios web. Mis miedos desaparecieron en cuanto escuché el primer tintineo de los tranvías, funcionando a 50 metros del piso y resonando atronadoramente en el silencio de la ciudad dormida, como mi compañera de piso. En silencio, no roncando. Con el sonido de mis pasos y las tenues voces en el transporte público, y el nauseabundo olor de algo que una señora se desayunaba detrás mía (tenía demasiado sueño como para cambiarme de asiento) llegué al aeropuerto de Sofía, a su desierta Terminal 2. Bien, estoy a tiempo, una hora antes de que salga el vuelo y ya tengo en mi poder el billete de avión. Controles aparte, segundos desayunos en el avión y cacheos exhaustivos de agentes de seguridad (a punto estuve de soltarle un improperio, pero no quería meterme en líos) llego a Roma a las 7:30 de la mañana, con tiempo de sobra hasta las 9 que cogí el autobús hasta el centro para encontrarme con el motivo de mi visita, esa mujer que hace que una insignificante vida sea lo más maravilloso del mundo. Después de dar vueltas por las terminales, ser trolleado con el cambio del billete (me levanté demasiado pronto... pero no me excusa) y un paseo por la periferia y casco moderno romano, llego a mi destino, y ahí comienza todo. Reencuentros, abrazos, miradas, gestos, palabras guardadas en el fondo del corazón y ese brillo volvieron a vivir en mí. Y con este comienzo... qué puedo contar de Roma, la Città Eterna. Es sobrecogedor y auténticamente increíble la Historia de la Humanidad, la cantidad de Poder que atesoraron los antiguos gobernantes y hombres influyentes del pasado para que, dos mil años después, miles y millones de personas contemplen las obrass que se encierran allí, la genialidad a raíz de roca y piedra, la fuerza de una mirada eterna encerrada en unos ojos de piedra, la ingeniería e ingenio dedicada a los dioses y el orgullo de una ciudad por su historia, sus monumentos y su vida. Un espectáculo que no puedo describir con palabras, y que ensucian la viveza que allí sentí. Viveza... y calor, acostumbrado a un verano templado el shock de diez grados más de temperatura acentuó mi capacidad de beber agua hasta donde no creía que tenía.

Roma el primer día no está mal, no señor. La llegada a nuestro lugar de descanso fue, ante todo, entretenida: perder un tren por 10 segundos, coger otro donde tenemos por colega de viaje a un eslovaco que sólo habla alemán, intentar una traducción alemán-español-italiano con el consiguiente enfado del revisor y el viajante, llegada a la típica casa junto a un lago glacial y, finalmente, ser ladrado y saludado efusivamente. Estamos en la región de la Umbría italiana, en Castiglione del Lago. Un lugar para vivir, inmerso en la naturaleza y en la pasmosa tranquilidad del lago Trasimeno, cargado de historia. Todo ello custodiado por el castillo-fortaleza del pueblo, un castillo digno de aventuras medievales. Viernes 26, visita a Castiglione y al lago, por supuesto. Visita... ¡en bici! Después de años sin coger una bici, el primo de Ilaria me dejó una y nos fuimos los dos de paseo por la ribera del lago. Si os digo que nunca disfruté tanto un paseo en bici... es que no recuerdo realmente otro mejor, la majestuosidad del paisaje, la puesta de sol entre las montañas y el lago, disfrutar del olor de puerto de agua dulce abrazando al sol y romper un freno a la vuelta hacen que sea uno de los mejores paseos en bici que recuerde, realmente. Esa noche volvimos al lago, con un aura mágica por la noche que nos envolvió acogedoramente mientras compartíamos secretos a la luz de las estrellas. (Que romántico... si no os gusta no lo leáis.) Al día siguiente tocaba visitar la capital de la región, Perugia, otra ciudad cargada de historia y desconocida por mí, de la que quedé impresionado; otra visita apuntada para hacer. Ésta fue el 27, penúltimo día y última noche en la zona Euro.

La vuelta a Sofía no fue divertida, fue calurosa y un poco triste. Hay que reconocerlo, después de cuatro días estupendos no apetece volver donde no tienes amigos ni familia, falta tu pareja y no entiendes a nadie hablando ni lo que lees en los carteles. Pero bueno, hay que decirlo todo, hay que echarle un par de huevos a la ensalada y comértela, que para eso la he pedido y me la he preparado yo. La vuelta fue caótica, realmente: mostrador cerrado para obtener billete, puerta de embarque en el quinto pino, diez minutos para corroborar mi compra de vuelo, y montarme en el autobús que me llevaba al avión completamente SOLO. Me sentí peor que Forever Alone... Extreme forever alone. Al menos en el vuelo no iba solo, ¡menos mal! Bueno, después de merendar alegremente y echar una mini-siesta, llegué a Sofía again, a coger el autobús que me llevara a casa. Cuando me bajé del mismo, y viendo que la tarde no era calurosa, decidí volver andando; un trayectillo de veinte minutos aderezado con acondicionamiento de oído y vista al búlgaro, respirar el aire sofiota (o sofiense) y comerme una porción de pizza que, no exagero, tenía dos dedos de grosor, más grande que mi mano y me costó cosa de 1'50 €.

El próximo viaje al extranjero no se me plantea desde luego con tanta agitación ni divertimento, pero relataré mis experiencias tal y como las viva, como hago siempre. Veremos a dónde es... no sé si me enfrentaré al Sur, Norte u Oeste. Al Este... me coge lejos. Mar Negro... te tengo en el punto de mira para futuras incursiones.

miércoles, agosto 24, 2011

Bulgaria, informe IV. Polvdiv y el descanso.

Vaya... han pasado ya muchos días sin que publicara nada; he estado un poco descolocado del blog, realmente, necesitaba tomarme ese tiempecillo tan requerido por todos. De todos modos, contaré todo lo contable y lo incontable.
Remontémonos dos semanas atrás, a un viernes de trabajo con los compañeros. Son ya las 6 de la tarde, estamos cuatro personas en un despacho, acabando de hacer cosillas del trabajo y matizando detalles de nuestras tareas más necesarias. Ya llega el momento de irse, hace calor y el día es perfecto, así que... ¿qué mejor modo de celebrarlo que con una cerveza en la mano? Dicho y hecho, cogemos el coche de uno de ellos y nos vamos a un parque de Sofía donde se desarrollan el 90% de las actividades sociales en la ciudad, debido a su extensión y cantidad de posibilidades. Para los versados, imaginad un parque urbano de extensión como el del Retiro pero mucho más poblado de árboles, senderos y lugares escondidos, así como terrazas, bares y lagos artificiales, combinados adecuadamente con zonas de juegos para niños y bancos a la sombra de los árboles. Estando en este paraje vamos a un bar-restaurante donde pedir refrigerios varios y algo de avituallamiento. Merendar a las 7 de la tarde cerdo y pollo frito, junto con unas patatas con queso no tiene desperdicio, menos aún remojado con cerveza natural, sin aditivos. Estando en éstas charlamos y nos reímos todos los presentes, llegando más amigos de mis compañeros de trabajo, todos ellos muy simpáticos y alegres, pero sin que nos los presentaran. Gente búlgara. Después de ver cómo nos anochecía a las orillas del lago, nuestros anfitriones decidieron que podríamos ir a un bar al aire libre del parque, "animado y con buena música"; bien, la llegar sólo se cumplió la mitad de las cosas: la música. No me quejo, el sitio era muy bueno y la música ambiente muy rockera, qué más puedo pedir... aparte de gente hablando en español. De todos modos, tampoco es algo que se eche mucho en falta ya que hay siempre gente dispuesta a hablar, aunque no le entiendas ni una palabra ni él a tí tampoco, pero el lenguaje de los gestos y la ayuda que daba el alcohol eran suficientes. Sí, se puso a hablar conmigo ese tipo de persona que podríamos decir tranquilamente que es un heavy de libro: estética heavy total, pelo largo, barbas largas (y algo desaliñadas, todo sea dicho) y con su cerveza en la mano. Cerveza al principio, porque cuando vio que yo tenía el licor nacional en mi poder, mastika, decidió pedirse otro para poder brindar conmigo; no me preguntéis por qué, pero le caí bien al hombre (menos de 30 no tenía seguro) y decidió que todo un chupito era demasiado para él, así que me dio medio. Y, aunque no os lo creáis, no me encontraba en estado poco apto, era muy consciente de lo que decía y hacía. Tanto, que a la hora de irnos, convencí del todo al chófer para que nos acercara a casa, con su correspondiente invitación a casa para hacerle comida española, y que la pruebe. Una buena noche, tampoco hay que estirar más las cosas.
Al día siguiente, ya planeado, fuimos a la segunda ciudad de Bulgaria, Plovdiv. El día comenzó duro, la verdad, ¡levantarse a las 6 y media de la mañana para coger el tren es muy cansado! Y después, dos horas y media en un algo desvencijado tren digno de los años 80, y con la música ambiente de un señor roncando sonora y plácidamente, parando en todos los pueblos que eran necesarios para recoger gente y dejar a otras, es decir, en TODOS los que pillamos en el camino. Pero bueno, una buena siesta reconforta cualquier cuerpo cansado y eso es lo que hice. Llegamos a las 11:30 a Plovdiv, ¡fin del trayecto y comienzo de la visita! Hay que decir algo antes de comenzar la visita, y es que no hay indicaciones para ir al centro, es totalmente una aventura ir a una cuidad en la que no entiendes el idioma, no hay indicaciones y la gente no habla ningún idioma de los que tú sabes, pero ¡esto es la Leonardo! Wellcome! Bien, no todo es malo, compramos como tentempié uno de los dulces típicos de Bulgaria, la banitsa, una masa de hojaldre rellena de queso; muy buena, ciertamente, y muy contundente, por menos de un euro. Con las pilas cargadas y el estómago lleno nos enfrentamos a la aventura, que no fue tanta porque con la primera avenida que cogimos llegamos a la oficina de turismo. Allí nos armamos de mapas y de información facilitada por una simpática señorita y emprendimos la visita de la "Old Town". No me entretendré con detalles secundarios ni en desaprovechar palabras sobre la ciudad, para ello me remito a las fotos que hice de la misma y, si aún no han sido vistas, compartiré alegremente con quien quiera verlas. Haciendo un símil con lo conocido, me recordó enormemente a Cáceres con sus calles empredadas y sus cuestas, así como la heterogeneidad de la zona antigua; los sitios marcados cada pocos pasos y explicados en carteles, montones de tiendas donde los dependientes se esforzaban para ofrecerte lo que quisieras y no lo supieras, los lugares para comer con unas vistas inmejorables y una cantidad ingente de lugares y rincones por ver. Bueno, una visita para recordar y repetir. La vuelta fue bastante más desagradable que la ida, la falta de ventilación del tren se hizo patente, acentuándose la continua presencia del sol calentando sobremanera nuestro rostro de un modo bastante incómodo; todo ello completado con más paradas aún que a la ida. No nos dio pena llegar al piso.
Al día siguiente teníamos pensado un viaje a una ciudad impronunciable por nosotros; y sabiamente (por dos veces) nos dijeron que no fuéramos, que en una hora no se podía visitar; leyendo más acerca de ella comparto la opinión. Pues nada, ¡plan B! Nos dimos un paseo por Sofía, vimos otros sitios que no habíamos contemplado y descansamos tranquilamente en casa, recuperando fuerzas. El fin de semana pasado fue del mismo modo recuperador de fuerzas; yo no sé a vosotros, pero a mí el levantarme todos los días a las 8:15, acostarme a las 12, e irme de viaje los fines de semana me agotó; así que decidimos emplear un fin de semana en descansar, con satisfactorio resultado.
Ya estamos a 24 de agosto, acabando el mes y a punto de comenzar uno nuevo, un nuevo mes que traerá nuevas aventuras y viajes que relataré conforme vayan sucediéndose.

domingo, agosto 14, 2011

Bulgaria, informe III. Montaña Vitosha y Monasterio de Rila.

¿Nunca habéis sentido que el tiempo que vivimos es cíclico, que las cosas se repiten tarde o temprano y que, irónicamente, siempre tienen las mismas caretas los actores? Puede que no, realmente, y esté diciendo aquí tonterías sin ton ni son haciéndoos perder el tiempo, pero a mí sí me ha pasado. Es por eso la doble entrada en el blog, o más bien, los dos destinos aglutinados. Porque en los dos hubo un patrón a seguir, un guión no escrito que me vi obligado a cumplir.

Comenzando por el principio, como debe ser, remontémonos al sábado 6 de agosto. Ahí, aprovechando la capacidad de movimiento que tenemos al no poseer coche ni otro medio de transporte privado, decidimos acercarnos a la montaña más alta de toda Bulgaria, la montaña Vitosha. 2290 metros de macizo rocoso volcánico, relativamente joven para una montaña y plagado de senderos para practicar senderismo o descenso en bicicleta. En verano, claro, en invierno es de obligado cumplimiento el ponerse los esquís y lanzarse colina abajo. Con este panorama y con el deseo inconbustible de tener una de las mejores vistas de Sofía (si no la mejor), partimos en busca de la estación correspondiente para subir en autobús a la montaña. Ahí comenzaron las aventuras.
Algo que hay que reconocer de los búlgaros es que son gente amable por norma general, y ése día lo comprobamos sobradamente. Tras tres horas de búsqueda infructuosa, preguntas en una mezcla de inglés, francés y búlgaro, coger tranvías (sin reparos digo que sentí un poco de miedo al ver la estación final de la línea 7) y autobuses sustitutivos de tranvías, carreras a una estación de autobuses fantasma y comprobar el estado anticuado de los autobuses, pudimos empezar el viaje de hora y media a la cima de la montaña. Aprovechando el traqueteo adormecedor y el silencio reinante del transporte (éramos 5 personas, contando al conductor), así como una mala noche, eché una cabezada que me sentó mejor de lo que creí. Y menos mal que cogí fuerzas, la verdad, porque al llegar a la cima de la montaña me sentí como Jack Nicholson en la película de "El resplandor", con ganas de matar a todo. Imaginaros la situación: rodeados de píceas (abetos), un hotel sacado de las películas de Paco Martínez Soria, solos completamente y sumergidos en la peor de las nieblas posibles. No era del todo malo, reconozcámoslo, el sitio era totalmente natural y de un embrujo hechizador que hacía olvidar todas las penurias pasadas. Estas penurias se pasaron más rápido todavía cuando fuimos a comer al restaurante del hotel (después de que una amable recepcionista, al preguntarle si podíamos comer allí, nos explicara en qué consiste un hotel) y sentimos que retrocedíamos en el tiempo cincuenta años, al menos; un sitio lleno de rusticidad y encanto pueblerino, encabezado por la camarera y acabando por la calidad insuperable de la comida. Nunca una sopa me supo tan buena como ésa. Ya con el estómago lleno y caliente, decidimos que era hora de irse de la montaña, entre otras cosas porque el autobús se iba; otra hora y media para echar otra leve cabezada y hacer el camino de vuelta anteriormente descrito, pero sin tantas vueltas y con... cómo decirlo suavemente... un individuo suministrándose su dosis de cristal, sin pudor, en medio del autobús.

El día siguiente fue menos movido, y más tranquilo, la verdad. Madrugando de nuevo, decidimos visitar el monasterio de Rila, un monasterio ortodoxo abierto al público en horario restringido y en un enclave inaccesible para las antiguas civilizaciones, flanqueado por las montañas y densos bosques de abetos. Los viajes en autobús, sobre todo los más largos, se hacen más llevaderos durmiendo, así que eso es lo que hice, no sin antes escuchar comentarios en español (sí!! españoles en nuestro mismo autobús para ir al monasterio!!) del estilo de "tengo 17.000 € en la cuenta, no me voy a enfadar porque me debas 50 €", provenientes de unos jóvenes que intentaban hacerse pasar por mochileros pero dejando ver la riqueza de sus padres. Demasiados confiados son estos españoles que se creen que por estar en otro país no les van a entender... En fin, dejemos de lado a estos nuevos ricos (yo sí me preocuparía si alguien me debe 50 €, la verdad) y centrémonos en el viaje. La llegada al monasterio fue inesperada, pasando un repecho ahí estaba, imponente, concordando con la naturaleza sin desentonar ni un ápice, acomplando sus colores a los paisajes que allí podíamos ver. Es imposible describirlo sólo con palabras, no tengo los conocimientos necesarios en prosa o verso para poder mostraros un pequeño rincón del mismo sin quedarme corto; es algo que hay que ver y vivir para comprenderlo. Allí estuvimos cerca de 3 horas, comimos allí y nos compramos el dulce de allí, una especie de rosquilla gigante con sabor a churros, delicioso. El camino de vuelta fue la cruz del viaje, sin dudarlo. Comenzó en cuanto me monté en el autobús, donde el conductor pretendía que le diera el importe íntegro del billete cuando yo no tenía cambio. Tres minutos después de intentar hacerle ver que sólo tenía un billete, de que me tomara por imbécil, de que una señora se metiera por medio, me diera el estúpido cambio y me acordara de su imagen un tiempo después, nos quedó por soportar tres horas de autobús de ruta recogiendo y dejando gente por todos los pueblos, villas y pedanías que pasaba. Agotador, realmente, pero mereció la pena el viaje.

El resto de la semana de trabajo se resume en que con los compañeros estoy de maravilla, cada vez mejor, ya nos hemos ido de cervecitas y son unos cachondos, además de muy serviciales. Les echaré de menos, realmente. Pero de todos modos, a seguir aprendiendo, conociendo y viajando, ya sea en autobús, tren, avión, con gente amable o desagradable; a seguir viviendo la Experiencia Leonardo.